Confíate

Empezar algo y perder la ilusión. Estar convencido de lo que quieres hacer y abandonarlo cuando solo has iniciado el camino. Muchos hemos pasado por ello. ¿Qué nos faltaba?

 

Convicción. Nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. Cualquier proyecto tiene que ser estudiado, pensado, repensado. Necesitamos estar seguros de que será un éxito, no nos gusta el riesgo, la incertidumbre. No nos damos la licencia de fracasar. Nos saboteamos.

La convicción se consigue desde la confianza en que lo que tienes es bueno, lo mejor. Sabes que la persona que disfrute de tus productos, que asista a tus ponencias, que invierta en tus formaciones, será afortunado porque el valor de lo que se llevará superará sus expectativas. Tu proyecto no es sólo una transacción económica. Tu proyecto eres tu y lo que representas. Esa es la clave, la actitud. Ilusionarte y generar ilusión.

El papel lo aguanta todo, es cierto. Por eso lo que ofreces es tu compromiso, tu compromiso contigo mismo y con las personas que van a confiar en ti. Si ofreces un producto excepcional, un valor añadido, que el producto sea excepcional y aporte valor. De otra manera estarás abocado al fracaso.

Tienes vértigo, dudas, no sabes si serás capaz, si estarás a la altura. Pero ya no es una barrera, es un aliciente. Has adquirido un compromiso, estás ilusionado, tienes una responsabilidad. Lo tienes todo para triunfar y piensas que nunca más serás aquella persona que fabrica proyectos y los guarda en un cajón.

Historias Inversas

Hace tiempo que perdí la pista de Joaquín. La última vez que le vi tenía buen aspecto, con una gorra militar del ejército de tierra, que me confesó había encontrado en un contenedor,  camisa por fuera del pantalón y sandalias de pescador. Una barba poblada ocultaba las heridas que el paso del tiempo le había producido. Miraba como los valientes, a los ojos. Era una mirada inquietante que te hacía pensar.

Joaquín no tenía residencia fija y variaba entre el portal 35 y el cajero del banco. Dormía con un ojo abierto por si la policía venía a “ejecutar el desahucio” y tenía que salir por pies en busca de una nueva residencia.

Recuerda cuando, tres años atrás, era un especialista en comunicación en una importante empresa informática. Vivía con su novia en un pequeño pero acogedor apartamento y aunque el trabajo les impedía disfrutar de muchas cosas juntos, se decía feliz de la vida que llevaba. Pero Joaquín, cada noche después del trabajo y antes de llegar a casa, visitaba a María, una sin techo que “vivía” en la calle desde hace más de 15 años. La Imagen de esa anciana pasando frío una noche de invierno parapetada en la acera entre cartones, había cambiado su vida. Y cada noche la visitaba cinco minutos, lo suficiente para llevarla un café, una barra de pan y una prenda de abrigo si hacía frío. Y volvía a casa satisfecho, con una sonrisa.

La idea no agradaba a la pareja de Joaquín. Consideraba que era una pérdida de tiempo y que andar en invierno a esas horas era peligroso. Fue una premonición. Aquella noche Joaquín no llegó a casa a su hora habitual y una llamada telefónica alertó a su novia de que algo había pasado.  

Habían pasado 6 meses hasta que despertó del coma. En la habitación no había nadie. Ni familiares, ni siquiera su pareja. Sin bazo, con las secuelas de dos costillas rotas y una mano prácticamente inservible doblada hacia dentro, no recordaba nada de lo que le había pasado, sólo venía a su mente la imagen de María, pasando frío y esperando el café.

Joaquín no espera que nadie le lleve un café. No espera visitas. No tiene nada ni a nadie y no se arrepiente en absoluto de cómo llevó su vida. El sabe que desde que conoció a María encontró lo único que necesitaba. Se encontró a sí mismo.

Espero verte pronto Joaquín.

Vaciando la Mochila

El primer pilar de la filosofía Ikigai habla de las cosas que amas. Pero antes de iniciar el camino es necesario un paso previo. La primera acción es aprender a amarte a ti mismo, a lo que eres, donde eres y con quién eres.

Son curiosas las reacciones de las personas cuando se utiliza el verbo AMAR. Enrojecen, evitan, se mofan, reniegan. Curioso cuanto menos. Amamos a nuestra pareja, nuestros hijos, a nuestra profesión, al dinero. Sin duda el aceite del motor de nuestras vidas. Pero nos seguimos olvidando, ¿Cuánto te amas a ti mismo? Acostumbrados a vivir la vida de los demás nos olvidamos de la nuestra.

¿Quién eres? ¿En qué momento de tu vida estás? ¿Qué te falta por hacer que todavía no has hecho? ¿Qué eres?, y por supuesto, ¿Qué no eres?

Y ¿Con quién eres?…  En este punto permitirme hacer un inciso. Por suerte, en la civilización occidental donde vivimos, todavía podemos elegir con quién relacionarnos. Pensamos que la amistad tiene unas reglas no escritas de obligado cumplimiento. Esta es la prueba de qué seguimos empeñados en vivir la vida de los demás. Esperamos que “nuestra gente” actúe de determinada manera porque no somos capaces de ampliar nuestro campo de visión y mirar con sus gafas de ver la vida. ¿Tolerancia y comprensión?

Y compromiso… Compromiso contigo mismo de estar con quien quieres estar sin juzgar. Esto de las relaciones tóxicas que está muy de moda no existiría si te dieras la oportunidad de elegir. Y esa conclusión me permitió recuperar la fe en las personas. A los que desaparecieron de mi vida cuando se complicó, a esas personas anónimas que llegaron sin otro ánimo que el de ayudar, a los que decían querer estar y nunca estuvieron, a los que siempre han estado y a los que me faltan porque desde donde están me miran y sonríen. Gracias

Adquirir conciencia sobre sí mismo es la primera labor que un profesional del coaching debe acometer y es lo que consiguen nuestros clientes a lo largo del proceso.  Y el ¿Dónde eres? Siempre eres aquí y ahora. Lo que fuiste ya no importa y lo que serás lo estás construyendo.