Hay un denominador común en las personas que nos dedicamos al crecimiento personal: una gran parte de nosotros han sufrido un acontecimiento vital que ha hecho que los patrones confeccionados a lo largo del tiempo se disipen como el humo. Ese famoso “clic” que hace que nos asomemos por la ventana y desde arriba observemos millones de burbujas que cohabitan, sin aparente contacto, en el mismo espacio temporal.
Diariamente recibes información que si no tiene impacto directo con lo que pasa en tu burbuja, no le otorgas la importancia necesaria. Así, dejamos pasar cosas, acontecimientos, vivencias que en ocasiones hubiesen podido cambiar nuestras vidas, generar emociones o modificar valores. Y sin embargo, seguimos sobre raíles sin desviarnos del itinerario en un viaje circular.
Pasear por la Gran Vía madrileña puede pasar de ser un agobiante paso obligado hacia algún lugar concreto, a un paseo por un lugar donde disfrutar de la pluralidad, de la gente, de sus lugares. Para esto, como para otras muchas cosas, simplemente necesitas desviarte de la ruta y cambiar la forma de observar el mundo. Lo ideal, hacerlo sin la necesidad de que un acontecimiento vital transforme tu mirada.
Y allí, a lo lejos, diviso mi antigua burbuja y compruebo que todavía está habitada por personas que no quieren, nos les interesa, no se atreven a variar ese itinerario circular. No importa cuán importante éramos, para ellos somos historia.
Como en toda regla existen excepciones y cuando me asomo y observo todas esas burbujas, compruebo que de algunas asoman pequeñas cabecitas que se atreven a observar burbujas ajenas y a interesarse por lo que allí sucede. Se atreven a intervenir, a ofrecerse, a darse sin ningún otro ánimo que hacer mejor la vida de los que allí habitan. Son esos maravillosos desconocidos que te animan a seguir el camino que has tomado.
Brindo por ellos.